jueves, 26 de marzo de 2015

En Córdoba con piojos - parte 4

Día 4

En estos días aprendí algunas cosas de los cordobeses, a saber:

- tienen menos idea que yo de dónde están sus "atracciones turísticas"

- tienen una aversión no confesa por las escaleras mecánicas (esta en realidad es una excusa que les inventé, porque no entiendo por qué no instalan una, por ejemplo, en el cine)

- tienen un gran desdén por los espacios verdes (arman plazas de cemento y sin árboles)

- son el terror al volante (nunca un semáforo)

- y último y más perturbador de todo: no sienten el calor.

De esto último me doy cuenta cuando, en mi último día, trato de buscar un lugar para desayunar donde no morir rostizada, y entro, mínimo, a diez bares donde un letrero anuncia "ambiente climatizado", y lo que no aclara es climatizado como qué: ¿desierto del sahara? ¿selva tropical? ¿sauna? No sé qué se proponen, pero no me agrada.

Me paso dos horas recorriendo Patio Olmos solo porque es el único lugar de la ciudad que parece tener aire acondicionado, y hago algo que no hacía desde que "Pokemon: mew vs. mewtwo" salió en el cine mientras estaba vacacionando en Miramar y mamá se negó a acompañarme: entro a ver una película sola.

Como esa vez, soy una de las tres personas en la sala (son las 12 del mediodía), y una de ellas es el chico que instala el matafuegos.

En el proceso de buscar por fin un lomito cordobés como me tenían prometido, me cruzo con una zapatería que ya tenía vista.y gasto una modesta suma, que pensaba guardar para gastar en casa, en un par de botas.

Media hora después, y gracias a las direcciones de una muy amable cordobesa que me mira con cara rara cuando le explico que busco un lugar para almorzar que tenga aire acondicionado, me como un lomito que me inmoviliza en el lugar durante media película de Drew Barrymore y Adam Sandler.

Duermo la siesta como un cartonero, en el banco de una plaza, y vuelvo al hostel.

Mochila de 700 kilos y shorts hechos sopa, trato de tomar un taxi, pero el.único que pasa en los diez minutos que llevo parada en la esquina me ignora. Concluyo que debo tener pinta de pordiosera que no puede pagar.

Mi compañera de viaje esta vez no es tan pintoresca como el coreano del viaje de ida, que decía "cuatlo", olía mal y me preguntó si bajaba en "villa malía".

Sale el micro, y me da pena. De Córdoba me llevo dos frascos de mostaza, biscochitos para mamá, un dolor terrible en los gemelos, una sensación de felicidad incomparable, y los piojos que me traje.

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