lunes, 23 de marzo de 2015

En Córdoba con piojos - parte 2

Día 2


No me despierto tan temprano como hubiera querido. Es cuestión de costumbre dejar que la alarma suene dos veces antes de efectivamente darle pelota.

Los museos en Córdoba son gratuitos los miércoles, así que me visto algo mas respetablemente que ayer, pero me apego al short (no el de ayer, claro, este es mas lindo y mas corto, por lo que después voy a putear cuando me paspe).

Hace un millón de grados y el dueño del hostel me ofrece café. Le agradezco, pero no tengo ganas de sentir el infierno en la boca.

El objetivo de hoy es encontrar la manzana jesuítica, una antiguedad muy bien conservada que, aunque al parecer es el gran atractivo de la ciudad, nadie parece saber dónde queda o cómo acceder. Resulta que ayer le pasé por al lado tres veces. Sigo sin encontrar cómo entrar.

Visito dos museos.Uno es una casa colonial espectacularmente conservada en la que me dan ganas de quedarme a vivir (1850 y esta gente tenía una terraza que da envidia), y donde me enamoro del granado que domina el patio de entrada. El otro es el MoMa cordobés, un museo que no tiene nada que envidiarle al Malba, y que parece diseñado por el mismo arquitecto posmoderno y curado por el mismo desquiciado. Un chico (que me imagino es fanático del "arte" moderno) mira con intensidad y se acerca y se aleja de los tarugos gigantes de madera que alguien logró colar como parte de una exposición que consiste en formas religiosas o geométricas caladas en fibrofácil, y yo hago fuerza para no reirme. Creo que son los peruanos los que inventaron el término "postureo", y los felicito.

En el último piso encuentro algo que por fin parece hecho x personas (y para personas). Majo Arrigoni (quienquiera que sea) colgó una serie de retratos de artistas. En sus ateliers, sus patios, con sus perros, fotos analógicas (supongo que lo digital no es arte) del artista uniceja y de la chica que parece alemana cuelgan una al lado de la otra en lugar de sus piezas, y es fantástico.

Busco el zoológico mientras mis short comienzan el proceso de volverse una especie de sopa que arde con cada paso. Los cordobeses, hermosos en su capacidad de proyección, construyeron su zoo en una ladera, y parece que no llego más. 70 pesos después, el tigre blanco se levanta de su zozobra cuando, con un gritito, amenazo con caerme del caminito marcado.

Como la inocencia es lo último que se pierde, entro al show de los lobos marinos, y soy la que mas fuerte aplaude.

Ceno uvas y una manzana amarilla con mi compañera de habitáculo, la alemana vegana que no puedo describir con otra palabra que no sea "vaga".

En mi cuarto, paso dos horas lagrimeando mientras veo videos de Ellen y me rasco la cabeza.

Sigo en Córdoba, sola pero con mis piojos.


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