sábado, 21 de marzo de 2015

En Córdoba con piojos: diario de una sobreviviente urbana

Día 1


Decido viajar sola. La economía no ayuda y el país no es lo que se dice amigable con las mujeres que viajan solas (o con las mujeres en general, si vamos al tema, porque cualquier chica asesinada hoy en dìa tiene además, la culpa), pero me animo.

Elijo (o me elije) como destino Córdoba, donde mis padres vivieron algún tiempo y a donde mi papá nunca quiso volver (y por momentos, cuando el calor me revuelve el estómago y me duelen los pies, lo entiendo) pero mamá me apoya y me marca todos los lugares que no me puedo perder, incluyendo el edificio frente al restaurante Il Gato donde ella vivía.

Elijo un hostel que la mujer de informes en la terminal después me va a criticar ("¿por qué tan lejos?", pregunta, y me dan ganas de señalarle mis evidentes kilos de más y explicarle que no me viene mal la caminata, pero no lo hago), voy hasta retiro y consigo dos pasajes a precio estudiante.

Cordoba es preciosa, mas aún porque todo lo que tengo que hacer es seguir los puntitos de color en un mapa, y (en short y una musculosa que no me queda del todo bien) salgo a recorrerla después de una ducha de agua fría, no por elección, pero bienvenida de todas formas.

No se que temperatura hace, pero se que voy a arrepentirme de mi elección de calzado: amo mis converse verdes, pero después de cuatro horas de caminar (en círculos, porque como no podía ser de otra manera, me pierdo unas cuantas veces), las plantillas ortopédicas me duelen.

Busco un lugar para comerme un lomito, como corresponde por estar en la casa natal del sandwich de carne más rico del país, pero termino en la versión cordobesa del Alto Palermo donde, claramente, no encajo. El lomito está riquísimo igual.

Un banco del parque X donde me tiro a tomar sol durante una hora, un cepita en botella y veinte cuadras para el lado equivocado más tarde, llego al hostel.

Me baño y duermo una siesta mucho más larga de lo que deberia. Me pica la cabeza contra la almohada y pienso qué clase de mugre tendrá. Para las ocho, empiezo a considerar salir a un bar. Sola.

Nadie me lo recomienda, y la alemana que ya vi dos veces sentada en el sillón del hostel me ofrece, en cambio, ir mañana conmigo al zoológico. Me pica todavía más la cabeza, y recuerdo que mi hermana estaba usando el peine fino en la ducha.

No salgo. Me como mi yoghurt y vuelvo a la pieza, con el aire acondicionado que me costó $40 la noche y le anticipo a mi mejor amiga que voy a raparle la cabeza a mi hermana cuando llegue a casa.

Estoy en Córdoba, con piojos.

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